PRIMERA LECTURA

La lluvia hace germinar la tierra

Lectura del libro de Isaías 55, 10-11

Así dice el Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»

Palabra de Dios.

Salmo responsorial
Sal 64, 10. 11. 12-13. 14 (R.: Lc 8, 8)
R. La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.

Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. R.

Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. R.

Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. R.

Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. R.

Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. R.

Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. R.

Las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan. R.

SEGUNDA LECTURA

La creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 18-23

Hermanos:

Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

Palabra de Dios.

Aleluya

La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; quien lo encuentra
vive para siempre.

EVANGELIO

Salió el sembrador a sembrar

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 1-23

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.

Les habló mucho rato en parábolas:

-«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.

Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.

Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.

El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.

El que tenga oídos que oiga. »

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
-«¿Por qué les hablas en parábolas?»

Él les contestó:
-«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.”
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador:

Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.

Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe.

Lo sembrado en zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.  Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

Palabra de Dios.

 

 

Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario A

 CEC 546: Cristo enseña a través de las parábolas

546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (Cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(Cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (Cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (Cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (Cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (Cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para “conocer los Misterios del Reino de los cielos” (Mt 13, 11). Para los que están “fuera” (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (Cf. Mt 13, 10-15).

 CEC 1703-1709: la capacidad de conocer y responder a la voz de Dios

  1. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24, 3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.”

1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (Cf. GS 15, 2).

1705 En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen divina” (GS 17).

1706 Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a hacer el bien y a evitar el mal”(GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana.

1707 “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia”(GS 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error.

De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. (GS 13, 2)

1708 Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado.

1709 “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.

 CEC 2006-2011: Dios asocia al hombre a la obra de su gracia

2006 El término “mérito” designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.

2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre El y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de Él, nuestro Creador.

2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.

2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del amor, que nos hace “coherederos” de Cristo y dignos de obtener la “herencia prometida de la vida eterna” (Cc. de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina (Cf. Cc. de Trento: DS 1548). “La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido… los méritos son dones de Dios” (S. Agustín, serm. 298, 4-5).

2010 “Puesto que la iniciativa en el orden de la gracia pertenece a Dios, nadie puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y bienes son objeto de la oración cristiana, la cual provee a nuestra necesidad de la gracia para las acciones meritorias.

2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.

Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor… En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo… (S. Teresa del Niño Jesús, ofr.). I

 CEC 1046-1047: la creación, parte del universo nuevo

1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:

Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios… en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción… Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).

1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, “a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos”, participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).

 CEC 2707: el valor de la meditación

2707 Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (Cf. Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.

 

 

 

 

Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

 

Juan Pablo II, papa

Homilía (15-07-1990): El fruto depende de nuestra respuesta.

XV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Visita Pastoral al Valle de Aosta. Misa en el Santuario Mariano de Barmasc.
Domingo 15 de julio del 1990.

«La palabra que sale de mi boca no volverá sin haber cumplido mi encargo» (Is 55, 11).

  1. Así como la lluvia empapa la tierra, así con su gracia Dios da fuerza al hombre aplastado por el peso del pecado y la muerte. Es fiel y siempre cumple su palabra. Ningún poder podrá frenar la fuerza irresistible de su misericordia.

Queridos hermanos y hermanas, las palabras de Deutero-Isaías, que escuchamos en la primera lectura, subrayan significativamente la promesa de que Yahweh renueva a Israel su pueblo, que se encuentra angustiado y desorientado. Son palabras también dirigidas a nosotros como un llamado a la esperanza y como un estímulo para confiar. Se dirigen al hombre de nuestro tiempo, sediento de felicidad y bienestar, que busca la verdad y la paz, pero que, desafortunadamente, experimenta la desilusión del fracaso.

Las palabras del profeta son una invitación a creer que Dios puede dar un vuelco a todas las situaciones, incluso las más dramáticas y complejas. ¿Quién, de hecho, puede frustrar sus acciones? ¿Acaso Él, que es omnipotente y bueno, nos abandonará en nuestra fragilidad o nos dejará vagar a merced de nuestra infidelidad?

  1. En los textos bíblicos de este decimoquinto domingo del tiempo ordinario, el Todopoderoso se nos presenta lleno de ternura y atención, prodigando a la humanidad los dones de la salvación. Acompaña pacientemente a las personas que ha elegido; guía fielmente a la Iglesia «el nuevo Israel de la era actual, que camina en busca de la ciudad futura y permanente» a lo largo de los siglos (Lumen gentium, 9). Él habla y actúa, da sin medida y sin arrepentimiento, interviene en nuestros asuntos diarios incluso cuando somos débiles y no correspondemos a su amor libre y generoso.

Sin embargo, el hombre tiene la tremenda posibilidad de hacer vana la iniciativa divina y de rechazar su amor. Nuestro «sí», que debería ser una adhesión libre a su propuesta de vida, es indispensable para que el plan de salvación se cumpla en nosotros.

  1. Reflexionemos sobre la parábola del sembrador. Nos ayuda a comprender mejor esta realidad providencial y a sopesar sabiamente el peso de la responsabilidad que recae sobre todos al madurar la semilla de la Palabra, ampliamente difundida en nuestros corazones. La semilla de la que estamos hablando es la palabra de Dios; es Cristo, la Palabra del Dios viviente. Es una semilla fructífera y efectiva en sí misma, que brota de una fuente inagotable que es el Amor trinitario. Sin embargo, hacer que esta semilla fructifique depende de nosotros, depende de la acogida que dispensemos a esa semilla en nosotros. A menudo el hombre se distrae con demasiados intereses; es solicitado por llamadas de todas partes y es difícil distinguir, entre tantas voces, la de la única Verdad que nos libera.

Queridos hermanos, es necesario que seamos tierra disponible sin espinas ni piedras, pero cuidadosamente labrada y sin maleza. Depende de nosotros ser esa buena tierra, en la cual «la semilla da fruto y produce ahora cien, ahora sesenta, ahora treinta» (Mt 12, 23). ¡Cuán grande es la responsabilidad del creyente entonces! ¡Cuántas oportunidades se ofrecen a quienes acogen y conservan este misterio! ¡Bendito el que se abre completamente a Cristo, la semilla que fecunda la vida!

Queridos hermanos y hermanas, les insto a crecer en el deseo de Dios, los aliento a aceptar generosamente la invitación que nos dirige la liturgia de hoy. Que siempre correspondáis a los impulsos de la gracia y deis abundantes frutos de santidad.

  1. Agradezco a todos los que han hecho posible la celebración de la Eucaristía en este santuario de Barmasc… Este encantador valle alpino en el Valle de Ayas es el telón de fondo de nuestro encuentro, atravesado por la corriente que fluye desde los majestuosos glaciares del Monte Rosa. La Madonna del Monte Zerbion nos mira con bendición…

Aquí todo nos lleva a elevar la mirada al cielo, todo nos anima a invocar a María, la Madre de Dios, que ha correspondido fielmente a la voluntad del Altísimo. En este sugerente santuario, construido antes del siglo XVII, la Virgen es venerada bajo el título de «Bon Secours». Desde la antigüedad, muchos fieles han comenzado a acudir a ella para implorar el regalo de la lluvia y el clima favorable para el campo, movidos por la certeza de ser escuchados. Nosotros también hoy compartimos esa misma confianza. Pero además de la lluvia que restaura la tierra, necesitamos otra lluvia más importante «una fuente de agua que brote por la vida eterna» (Jn 4, 14).

Si falta esta agua sobrenatural, el corazón humano se convierte en un desierto, árido y estéril. Luego está el riesgo de la muerte del espíritu.

  1. El mundo, «sujeto a la transitoriedad» (Rom 8, 20), grita que tiene sed de Cristo. Él pide paz, pero no sabe dónde encontrarla por completo. ¿Quién será capaz de transformar este suelo pedregoso y revuelto en un campo fértil, si no es Aquel que hace caer la lluvia y la nieve desde arriba?

«Virgo potens, erige pauperem – Virgen poderosa, exalta a los pobres». Este fue el lema de Mons. Giuseppe Obert, misionero y luego obispo en India, de cuyo nacimiento celebramos el centenario este año y cuyo modesto hogar se encuentra a pocos metros de aquí.

Es cierto: la Virgen apoya al pobre hombre que confía en ella. Ayuda al cristiano, día tras día, a seguir los pasos de Jesús, a gastar todos los recursos físicos y espirituales para él, realizando así la misión que le fue confiada con el bautismo. El creyente se convierte así, a su vez, en una semilla de vida ofrecida, junto con Cristo, para la salvación de los hermanos.

  1. «La creación misma espera ansiosamente la revelación de los hijos de Dios» (Rom 8, 19). La humanidad pide ayuda y busca seguridad. Todos necesitamos la lluvia de la misericordia, todos aspiramos a los frutos del amor.

Dios continúa visitando la tierra bendiciendo sus brotes y seguramente completará el trabajo iniciado. El maravilloso panorama que contemplamos aquí nos habla de su eterna lealtad. También nos habla de la riqueza de sus dones. En el silencio de estos picos, Dios se manifiesta desde arriba y «muestra a los vagabundos la luz de su verdad para que puedan regresar al camino correcto» (Oración Colecta). Nos muestra a Jesucristo, su Palabra eterna. Lo muestra y nos lo ofrece en la Eucaristía; nos lo ofrece a través de las manos de María, su Madre, nuestra Madre.

Virgen de Bon Secours, intercede por nosotros. Amén.

 

Homilía (11-07-1993): ¿Por qué habla en parábolas?

Domingo XV del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Visita Pastoral a Cadore. Celebración en la Plaza Roma, Santo Stefano di Cadore (Belluno).
Domingo 11 de julio del 1993.

  1. «Salió de la casa y se sentó junto al mar» (Mt 13, 1).

Jesús es el maestro; también lo es en la forma de mirar la naturaleza. En los Evangelios hay numerosos pasajes que lo presentan inmerso en el entorno natural y, si prestáis atención, podréis percibir en su comportamiento una invitación clara a una actitud contemplativa hacia las maravillas de la creación. Este es el caso, por ejemplo, en el Evangelio de este domingo. Vemos a Jesús sentado en la orilla del lago Tiberíades, casi absorto en la meditación.

Al divino Maestro, antes del amanecer o después del atardecer, y en otros momentos decisivos de su misión, le encantaba retirarse a un lugar solitario y silencioso, al margen (cf. Mt 14, 23; Mc 1, 35; Lc 5, 16 ), para permanecer cara a cara con el Padre Celestial y dialogar con él. En esos momentos, ciertamente no dejó de contemplar la creación también, para reunir en ella un reflejo de la belleza divina.

  1. Sus discípulos y muchas otras personas se unen a él en la orilla del lago. «Les habló de muchas cosas en parábolas» (Mt 13, 3). Jesús habla «en parábolas», es decir, usando acontecimientos de la experiencia diaria y elementos extraídos de la contemplación de la creación.

¿Pero por qué Jesús habla «en parábolas»? Esto es lo que los discípulos preguntan, y nosotros con ellos. El Maestro responde, haciéndose eco de Isaías: «Para que viendo, no vean, escuchando no entiendan» (cf. Mt 13, 13-15). ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué hablar en parábolas y no más bien «abiertamente» (cf. Jn 16, 29)?

  1. ¡Queridos hermanos y hermanas! En realidad, la creación misma es como una gran parábola. ¿Acaso todo cuánto existe —el cosmos, la tierra, los vivos, el hombre— no constituye una sola parábola inmensa? ¿Y quién es el Autor, si no Dios Padre, con quien Jesús conversa en el silencio de la naturaleza? Jesús habla en parábolas porque este es el «estilo» de Dios. El Hijo unigénito tiene la misma manera de hacer y hablar que su Padre Celestial. Quien lo ve, ve al padre (cf. Jn 14, 9), quien lo escucha a él, escucha al padre. Y esto concierne no solo a los contenidos, sino también a las formas; no solo lo que dice, sino también cómo lo dice.

Sí, el «cómo» es importante, porque manifiesta la profunda intención del hablante. Si la relación pretende ser dialógica, la forma de hablar debe respetar y promover la libertad del interlocutor. Aquí está la razón por la cual el Señor habla en parábolas: para que el oyente sea libre de aceptar su mensaje; libre no solo para escucharlo, sino sobre todo para entenderlo, interpretarlo y reconocer la intención de Aquel que habla. Dios se dirige al hombre para que sea posible encontrarse con él en libertad.

  1. La creación es, por así decirlo, la gran historia divina. Sin embargo, el significado profundo de este maravilloso libro de la creación nos habría sido difícil de descifrar si Jesús, la Palabra hecha hombre, no hubiera venido a «explicárnoslo», haciendo que nuestros ojos puedan reconocer más fácilmente la huella del Creador en las criaturas.

Jesús es la Palabra que guarda el significado de todo lo que existe. Es la Palabra en la que descansa el «nombre» de todo, desde la partícula infinitesimal hasta las inmensas galaxias. Él mismo es entonces la «Parábola» llena de gracia y verdad (cf. Jn 1, 14), con la cual el Padre se revela a sí mismo y su voluntad, su misterioso plan de amor y el significado último de la historia ( cf. Ef 1, 9-10). En Jesús, Dios nos contó todo lo que tenía que contarnos.

  1. «He aquí, que el sembrador salió a sembrar» (Mt 13, 3).

La Encarnación de la Palabra es la «siembra» más grande y verdadera del Padre. Al final de los tiempos tendrá lugar la cosecha: el hombre será sometido al juicio de Dios. Habiendo recibido mucho, se le pedirá mucho.

El hombre es responsable no solo de sí mismo, sino también de las otras criaturas. Es así en un sentido global: su destino está vinculado a los otros en el tiempo y más allá del tiempo. Si obedece y se ajusta al plan del Creador, lleva a toda la creación al reino de la libertad, así como la arrastró con él al reino de la corrupción, debido a la desobediencia original. Esto es lo que San Pablo ha querido decirnos hoy en la segunda lectura.

Su discurso es misterioso, pero fascinante. Acogiendo a Cristo, la humanidad puede introducir un flujo de vida nueva en la creación. Sin Cristo, el cosmos mismo paga las consecuencias del rechazo humano a adherirse libremente al plan de salvación divina. Para nuestra esperanza y para todas las criaturas, Cristo sembró una semilla de vida nueva e inmortal en el corazón del hombre. Germen de salvación que da una nueva orientación a la creación: la gloria del Reino de Dios.

  1. Así como la lluvia y la nieve – escuchamos en la primera lectura del libro del Profeta Isaías – descienden del cielo y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, así la Palabra del Señor no volverá a Él sin haber cumplido su encargo» (Is 55, 11).

Por lo tanto, corresponde a cada uno la responsabilidad de ser una «buena tierra» y de acoger a Cristo, para que el Evangelio pueda dar frutos de vida nueva tanto en este mundo, como para la vida eterna.

El cristiano debe tener cuidado de no caer en la superficialidad o la inconstancia, no debe dejarse abrumar por las preocupaciones del mundo y el engaño de la riqueza (cf. Mt 13, 19-22).

Correspondiendo a las solicitudes de la gracia, tiene la tarea de hacerse «una buena tierra», capaz no solo de acoger la Palabra, sino también de hacerla fructificar abundantemente.

  1. ¡Queridos hermanos y hermanas de Santo Stefano di Cadore!

El entorno natural encantador en el que transcurre vuestra vida os ayuda a comprender mejor vuestra vocación de creyentes. Reconociendo en él la impronta del Padre Celestial, sabed cómo alabar su grandeza con un alma agradecida y empeñaos a responder a tal generosidad con el testimonio de una vida verdaderamente cristiana. Aquí, en estos valles vuestros, verdaderamente «todo canta y exulta de alegría» (Salmo Responsorial). Haced que toda vuestra vida, haciéndose eco del mensaje que surge de la naturaleza, se convierta en alabanza al Señor que visita la tierra y apaga su sed al colmarla de sus dones.

[…]

¡Queridos! Esforzaos por hacer fructíferas las semillas de la vocación esparcidas por el Sembrador divino a manos llenas: pienso en las familias que buscan vivir el camino del amor conyugal y la paternidad y maternidad responsables con alegría y compromiso; pienso en los sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados al servicio del reino de Dios en la Iglesia; finalmente, pienso en los laicos, llamados a ser testigos valientes en los diversos entornos de la vida y el trabajo.

  1. Sobre todo, con mucho gusto aliento vuestro compromiso con la formación cristiana de las familias. Como «iglesia doméstica», porque la familia constituye una parábola singular del Amor, capaz de garantizar un auténtico sentido de valores para la sociedad en su conjunto.

Encomiendo todos sus proyectos apostólicos y pastorales a la intercesión de los santos patronos de Comelico, llamados patronos de las «Reglas» o «Comuniones Familiares». Que velen siempre sobre los ritmos de oración y el trabajo de sus comunidades, garantizándoles un recuerdo constante de esas raíces profundas, que se alimentan de las tradiciones saludables de los padres.

Hay una cadena singular de «puestos de guardia» para proteger su hermosa tierra: está compuesta por capiteles marianos ubicados en la cima de las montañas. Pienso, en particular, en la Madonna ubicada en Monte Col, justo por encima de Santo Stefano. Que María Santísima siempre proteja a las comunidades de Comelico, bendiga a Cadore y a toda su familia diocesana. Siempre esté a su lado, para prepararse a caminar fielmente por el camino correcto.

  1. «Concede, oh Dios, – oramos al comienzo de la celebración eucarística – a todos aquellos que se profesan cristianos, rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa». El compromiso que nos sugirió la reflexión sobre la liturgia de hoy se convierte aquí en oración.

La palabra de Dios sembrada en nuestros corazones produzca en nosotros frutos de salvación eterna: esta es la invocación que te dirigimos hoy, oh Señor.

Te damos gracias, Señor Jesús, parábola del Padre.
Tú visitas nuestra tierra
y bendices sus brotes.

Haznos una tierra fértil donde pueda brotar una cosecha abundante
para la vida eterna.
¡Amén!

Benedicto XVI, papa

Ángelus (10-07-2011): Cristo, verdadera «Parábola» de Dios.

Domingo XV del Tiempo Ordinario (Año A).
Domingo 10 de julio del 2011.

En el Evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23), Jesús se dirige a la multitud con la célebre parábola del sembrador. Es una página de algún modo «autobiográfica», porque refleja la experiencia misma de Jesús, de su predicación: él se identifica con el sembrador, que esparce la buena semilla de la Palabra de Dios, y percibe los diversos efectos que obtiene, según el tipo de acogida reservada al anuncio. Hay quien escucha superficialmente la Palabra pero no la acoge; hay quien la acoge en un primer momento pero no tiene constancia y lo pierde todo; hay quien queda abrumado por las preocupaciones y seducciones del mundo; y hay quien escucha de manera receptiva como la tierra buena: aquí la Palabra da fruto en abundancia.

Pero este Evangelio insiste también en el «método» de la predicación de Jesús, es decir, precisamente, en el uso de las parábolas. «¿Por qué les hablas en parábolas?», preguntan los discípulos (Mt 13, 10). Y Jesús responde poniendo una distinción entre ellos y la multitud: a los discípulos, es decir, a los que ya se han decidido por él, les puede hablar del reino de Dios abiertamente; en cambio, a los demás debe anunciarlo en parábolas, para estimular precisamente la decisión, la conversión del corazón; de hecho, las parábolas, por su naturaleza, requieren un esfuerzo de interpretación, interpelan la inteligencia pero también la libertad. Explica san Juan Crisóstomo: «Jesús pronunció estas palabras con la intención de atraer a sí a sus oyentes y solicitarlos asegurando que, si se dirigen a él, los sanará» (Com. al Evang. de Mat., 45, 1-2). En el fondo, la verdadera «Parábola» de Dios es Jesús mismo, su Persona, que, en el signo de la humanidad, oculta y al mismo tiempo revela la divinidad. De esta manera Dios no nos obliga a creer en él, sino que nos atrae hacia sí con la verdad y la bondad de su Hijo encarnado: de hecho, el amor respeta siempre la libertad.

Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de san Benito, abad y patrono de Europa. A la luz de este Evangelio, contemplémoslo como maestro de la escucha de la Palabra de Dios, una escucha profunda y perseverante. Debemos aprender siempre del gran patriarca del monaquismo occidental a dar a Dios el lugar que le corresponde, el primer lugar, ofreciéndole, con la oración de la mañana y de la tarde, las actividades de cada día. Que la Virgen María nos ayude a ser, según su modelo, «tierra buena» donde la semilla de la Palabra pueda dar mucho fruto.

 

Francisco, papa

Ángelus (13-07-2014): Somos terreno y somos sembradores.

XV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Domingo 13 de julio del 2014.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23) nos presenta a Jesús predicando a orillas del lago de Galilea, y dado que lo rodeaba una gran multitud, subió a una barca, se alejó un poco de la orilla y predicaba desde allí. Cuando habla al pueblo, Jesús usa muchas parábolas: un lenguaje comprensible a todos, con imágenes tomadas de la naturaleza y de las situaciones de la vida cotidiana.

La primera que relata es una introducción a todas las parábolas: es la parábola del sembrador, que sin guardarse nada arroja su semilla en todo tipo de terreno. Y la verdadera protagonista de esta parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae. Los primeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del camino los pájaros se comen la semilla; en el terreno pedregoso los brotes se secan rápidamente porque no tienen raíz; en medio de las zarzas las espinas ahogan la semilla. El cuarto terreno es el terreno bueno, y sólo allí la semilla prende y da fruto.

En este caso, Jesús no se limitó a presentar la parábola, también la explicó a sus discípulos. La semilla que cayó en el camino indica a quienes escuchan el anuncio del reino de Dios pero no lo acogen; así llega el Maligno y se lo lleva. El Maligno, en efecto, no quiere que la semilla del Evangelio germine en el corazón de los hombres. Esta es la primera comparación. La segunda es la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero con superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando llegan las dificultades y las tribulaciones, estas personas se desaniman enseguida. El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las zarzas: Jesús explica que se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, se ahoga. Por último, la semilla que cayó en terreno fértil representa a quienes escuchan la Palabra, la acogen, la custodian y la comprenden, y la semilla da fruto. El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María.

Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos? Y podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.

Y nos hará bien no olvidar que también nosotros somos sembradores. Dios siembra semilla buena, y también aquí podemos plantearnos la pregunta: ¿qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. Recordadlo: lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón.

Que la Virgen nos enseñe, con su ejemplo, a acoger la Palabra, custodiarla y hacerla fructificar en nosotros y en los demás.

 

Ángelus (16-07-2017): ¿Cómo está tu corazón?

Domingo XV del Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Domingo 16 de julio del 2017.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Jesús, cuando hablaba, usaba un lenguaje simple y usaba también imágenes, que eran ejemplos tomados de la vida cotidiana, para poder ser comprendidos fácilmente por todos. Por esto le escuchaban encantados y apreciaban su mensaje que llegaba directo a su corazón; y no era ese lenguaje complicado de entender, el que usaban los doctores de la ley de la época, que no se entendía bien pero que estaba lleno de rigidez y alejaba a la gente.

Y con este lenguaje Jesús hacía entender el misterio del Reino de Dios; no era una teología complicada. Y un ejemplo es el que hoy lleva el Evangelio: la parábola del sembrador (Mateo 13, 1-23).

El sembrador es Jesús. Notamos que, con esta imagen, Él se presenta como uno que no se impone, sino que se propone; no nos atrae conquistándonos, sino donándose: echa la semilla. Él esparce con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar fruto. ¿Y cómo puede dar fruto? Si nosotros lo acogemos.

Por ello la parábola se refiere sobre todo a nosotros: habla efectivamente del terreno más que del sembrador. Jesús efectúa, por así decir una «radiografía espiritual» de nuestro corazón, que es el terreno sobre el cual cae la semilla de la Palabra.

Nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno y entonces la Palabra da fruto —y mucho— pero puede ser también duro, impermeable. Ello ocurre cuando oímos la Palabra, pero nos es indiferente, precisamente como en una calle: no entra.

Entre el terreno bueno y la calle, el asfalto —si nosotros echamos una semilla sobre los «sanpietrini» no crece nada— sin embargo hay dos terrenos intermedios que, en distinta medida, podemos tener en nosotros. El primero, dice Jesús, es el pedregoso.

Intentemos imaginarlo: un terreno pedregoso es un terreno «donde no hay mucha tierra» (cf v. 5), por lo que la semilla germina, pero no consigue echar raíces profundas. Así es el corazón superficial, que acoge al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio, pero no persevera, se cansa y no «despega» nunca. Es un corazón sin profundidad, donde las piedras de la pereza prevalecen sobre la tierra buena, donde el amor es inconstante y pasajero. Pero quien acoge al Señor solo cuando le apetece, no da fruto.

Está luego el último terreno, el espinoso, lleno de zarzas que asfixian a las plantas buenas. ¿Qué representan estas zarzas? «La preocupación del mundo y la seducción de la riqueza» (v. 22), así dice Jesús, explícitamente. Las zarzas son los vicios que se pelean con Dios, que asfixian su presencia: sobre todo los ídolos de la riqueza mundana, el vivir ávidamente, para sí mismos, por el tener y por el poder. Si cultivamos estas zarzas, asfixiamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer a sus pequeñas o grandes zarzas, los vicios que habitan en su corazón, los arbustos más o menos radicados que no gustan a Dios e impiden tener el corazón limpio. Hay que arrancarlos, o la Palabra no dará fruto, la semilla no se desarrollará.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro: a dar las gracias por nuestro terreno bueno y a seguir trabajando sobre los terrenos que todavía no son buenos.

Preguntémonos si nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras piedras de la pereza son todavía numerosas y grandes; individuemos y llamemos por nombre a las zarzas de los vicios. Encontremos el valor de hacer una buena recuperación del suelo, una bonita recuperación de nuestro corazón, llevando al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestras zarzas.

Haciendo así, Jesús, buen sembrador, estará feliz de cumplir un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y espinas que asfixian la Palabra.

La Madre de Dios, que hoy recordamos con el título de Beata Virgen del Monte Carmelo, insuperable en el acoger la Palabra de Dios y en ponerla en práctica (cf. Lucas 8, 21), nos ayude a purificar el corazón y a custodiar la presencia del Señor.